Entrevista inédita a DFW

Entrevista inédita a DFW

Conversaciones con David Foster Wallace

Una de las principales características de la producción de toda estrella literaria muerta es la cantidad de obra inédita que deja de serlo de manera póstuma. Chiste fácil: por eso son estrellas, porque su luz sigue alcanzándonos años después de haber desaparecido.

En el origen de nuestra escasa y, por tanto, reciente historia, publicamos este libro enorme, Conversaciones con David Foster Wallace, cuya sinopsis informa al lector de que, entre tapas, encontrará las veinte mejores entrevistas concedidas por el escritor durante su carrera. Pero esa información sólo es fidedigna al 95,24%. Pues, en la edición original del libro, Stephen J. Burn recopiló veintidós entrevistas: veintiún entrevistas de sobresaliente, más una de —en nuestra opinión— relleno.

Nosotros, mandados editoriales, compramos los derechos de publicación en castellano a la editorial americana que encargó el trabajo a Burn. Pero, tras firmar el papeleo y hacer una bonita transferencia, los americanos nos informaron de que cabía la posibilidad de que alguna entrevista requiriese de algún pago adicional a la revista o publicación que la divulgó en su momento. Efectivamente, fue así, y tuvimos que renegociar los derechos de unos cuantos textos con terceras partes implicadas. Dos de dichos terceros eran periódicos, el Wall Street Journal y el Chicago Tribune. Cuando ambos nos solicitaron amablemente el envío de sendas cantidades astronómicas por lo que en su conjunto no llegaba a 2.800 palabras, escribimos a Burn con el clásico “¿qué hacemos?”. Stephen, aparte de contrariarse a su manera culta de académico curtido entre lecturas imposibles, respondió que obviáramos el pico —el dos de las veintidós— y santas pascuas. Aliviados por librarnos de, al menos, un dañino efecto colateral del negocio editorial gringo, seguimos adelante; contentos además por no tener que publicar algo que, en un 50%, era mera repetición; pero apenados por no poder incluir un corto texto que, a nuestro entender, sí era valioso. No podíamos intentar redondear la jugada con un par de páginas extra sin antes pagar un montón de dinero que superaba con creces lo ya pagado por el resto del libro.

Sin embargo ahora, casi cuatro años después, nos preguntamos: ¿y si ofrecemos gratis ese texto y ya está? A fin de cuentas, el texto original ya está disponible en inglés en varias webs, para quien quiera leerlo.

Pues vale, venga.

Unas preguntas a David Foster Wallace

Entrevista de Christopher John Farley para el Wall Street Journal, publicada el 31 de mayo de 2008.

La revista Rolling Stone pidió a David Foster Wallace, autor de la novela La broma infinita, que cubriese la campaña presidencial de 2000 de John McCain.

Aquel encargo se convirtió en un capítulo de su libro de ensayos Hablemos de langostas (2005); el ensayo ha sido ahora publicado como obra independiente. En una entrevista telefónica, Wallace dijo haber salido de la experiencia maravillado por “lo inescrutables y estratificados que son estos candidatos”.

Wallace respondió también vía email a preguntas sobre esperanzas presidenciales, voto juvenil y caras sonrientes.

WSJ: ¿Y por qué querría un novelista viajar en un autobús de campaña electoral?

Wallace: Lo de McCain me interesó porque había visto un vídeo de su aparición en el programa de Charlie Rose en algún momento del año anterior, donde habló con total candidez y franqueza de cosas como financiación de campañas electorales y untuosidad simpatizante, cosas que yo no había oído decir a ningún político de nivel nacional. A ello se añadía el hecho de que mi orientación política estaba a como 179 grados de la suya, de modo que no había que preocuparse de acabar tentado de escribir un publirreportaje.

P.: ¿Has cambiado de idea respecto a algunas de las cuestiones que abordaste en el libro?

R.: Siguiendo la mejor tradición política, rechazo la premisa de tu pregunta. El ensayo trata un modo bastante concreto un par de semanas de febrero de 2000 y la situación tanto de McCain como de la política nacional en ese par de semanas. Depende fuertemente del contexto. Y ese contexto parece ahora de hace mucho, mucho, mucho tiempo. Es obvio que el propio McCain ha cambiado; ahora sus disimulos y salidas por la tangente en el tema del aborto inducido, la financiación de campañas electorales, la toxicidad de los grupos de presión, la agenda en Irak, etc. son sólo parte de lo que le convierte en una figura política menos interesante, más deprimente, al menos para mí.

P.: Escribes que, en 2000, John McCain se había convertido en “la gran esperanza populista de la política americana”. ¿Qué paralelos ves entre McCain en 2000 y Barack Obama en 2008?

R.: Hay algunas similitudes: la capacidad de atraer a nuevos votantes, independientes; la capacidad de recaudar un dinero significativo en plan comunitario vía Internet. Pero hay también cantidad de diferencias, muchas demasiado obvias para que haga falta señalarlas. De entrada, Obama es un orador, un retórico de la vieja escuela. A mí, eso me parece más populista a un nivel clásico que McCain, cuyo discurso no es bueno y cuyas grandes fortalezas son las entrevistas y las charlas de prensa con grupos reducidos. Pero hay un motivo mayor. La verdad —según la veo yo— es que los siete años y cuatro meses previos de la Administración Bush han sido un espectáculo de terror absoluto de tal rapacidad, arrogancia, incompetencia, mendacidad, corrupción, cinismo y desprecio por el electorado que cuesta horrores imaginar cómo alguien que se las da de republicano podría intentar posicionarse como populista.

P.: En el libro hablas de por qué a muchos jóvenes les repele la política. ¿Qué crees que podría arrastrar a los jóvenes hasta los colegios electorales en esta ocasión?

R.: Bueno, estamos en una situación muy distinta. Cuando menos, los siete años y cuatro meses previos han servido para dejar claro que importa, y mucho, quién sale elegido presidente. Mucho. Está además el hecho de que ahora hay problemas muy urgentes, alarmantes —el precio del petróleo, las emisiones de CO2, Irak—, capaces de llevar a más votantes de todas las edades y niveles educativos a las urnas.

P.: Se te conoce por escribir libros voluminosos y complejos. Tu novela La broma infinita tiene 1079 páginas, pero McCain’s Promise es un cuadernillo de 124 páginas. ¿Qué te llevó a decidir bajar unas cuantas categorías de peso para esta publicación?

R.: Lo cierto es que este libro es en realidad un artículo de revista cuyo tema resultó ser demasiado extenso y espinoso y con múltiples vertientes para caber en la longitud de un artículo.

P.: Tengo un ejemplar de prensa de La broma infinita que tu editorial me envió en 1996. Está firmado —aparentemente— por ti y hay una cara sonriente bajo tu nombre. Siempre me he preguntado si de veras dibujaste tú esa cara sonriente.

R.: Una de las agudezas del Plan de Armar Follón [para La broma infinita] implicaba enviar una barbaridad de ejemplares de la primera edición —o puede que de una edición de prensa— firmados a gente con capacidad de Armar Follón. Lo que hicieron fue hacerme llegar por correo una caja gigante de hojas de papel tamaño libro que tuve que firmar, y como fuera luego las cosieron en esos libros “especiales”. Seguramente habrás sentido la experiencia rayana en lo epiléptico de decir una palabra una y otra vez hasta que deja de significar algo y se vuelve muy extraña y arbitraria y peregrina. Pues imagina que te pasa con tu nombre. Eso fue lo que pasó. Además, fue aburrido. Tan aburrido que empecé a hacer toda clase de cosas gráficas raras para intentar mantenerme despierto y comprometido. Lo que llamas “cara sonriente” es un vestigio de un personaje de tebeo de factura propia con el que me entretenía en primaria. Seguramente dibujé miles durante aquel fin de semana del 95.

Cara sonrriente
Cara sonriente en dedicatoria de La broma infinita.